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EL Pais, 25 marzo 2002

Lunes, 25 de marzo de 2002

Claudio Abbado se despide con un brillante 'Parsifal' del Festival de Pascua de Salzburgo

J. Á. VELA DEL CAMPO, ENVIADO ESPECIAL | Salzburgo

Nevó copiosamente en Salzburgo las horas anteriores a la apertura del último Festival de Pascua dirigido por Claudio Abbado, en su recta final ya al frente de la Filarmónica de Berlín. La obra elegida para decir adiós -el festival escénico sacro en tres actos Parsifal, con texto y música de Richard Wagner- era un reto en todos los sentidos, y más aún contando con el delicado estado de salud del director milanés. Una lectura musical vibrante y brillante, con un sensacional tercer acto, recompensó la valentía del desafío.

Salzburgo se ha estado preparando con mucho tino para estos días de Pascua. Un ciclo de conferencias y debates sobre la figura de Kundry preparaba el desembarco de Parsifal. Otro ciclo estaba dedicado a Almodóvar. Ocho películas, nada menos, desde Laberinto de pasiones hasta Todo sobre mi madre. Y luego la nieve. Estaba hermosa la ciudad de Mozart, con su pátina blanca y sus tradiciones de huevos y chocolates de Pascua.

Abbado ya ha entrado en la categoría de los mitos. Estos días se subasta en Salzburgo una de sus batutas, lo mismo que se hace con otra de Karajan. La experiencia wagneriana de Abbado antes de Parsifal se limita a un lejano y lírico Lohengrin con Strehler en su época de La Scala y a un poético Tristán e Isolda, con Grüber y Eduardo Arroyo, que se presentó precisamente en este Festival de Pascua de Salzburgo hace tres años. Las razones de Abbado para finalizar esta etapa de su vida con Parsifal se me escapan. No parecía, a priori, que fuese la obra más idónea para sus características. Por ello no sorprende que los resultados artísticos, siendo muy altos, no llegan al nivel prodigioso de Tristán y menos al de aquel inolvidable Borís Godunov con Wernicke, quizá el espectáculo más redondo de esta década del italiano en Salzburgo.

La lectura de Abbado de Parsifal es, fundamentalmente, colorista y teatral. Se aleja de la retórica y del discurso metafísico tanto como se acerca a lo puramente musical. Se deleita en la belleza del sonido, enfatiza los contrastes dinámicos. No es demasiado ceremonial, ni tampoco oficiante. Un detalle: los tiempos. El primer acto le dura una hora, 38 minutos, 30 segundos; el segundo, 64 minutos; el tercero, 73. Son tiempos rápidos, sin necesidad de llevar la comparación a casos extremos como el de Levine. Y, es más, en los dos primeros actos, la duración es ligeramente inferior a la del pasado otoño en la Philharmonie de Berlín. Únicamente el tercero es, aunque también ligeramente, más pausado, y, curiosamente, es el mejor, con unos niveles de maestría que se instalan en lo difícilmente superable hoy. Incluso la fusión de la orquesta con unas grandes campanas a la vista alcanza un gran nivel de espectacularidad y complementación. La Filarmónica de Berlín, en estrecho idilio con el maestro últimamente, respondió con pulcritud, con entrega, con virtuosismo, con oficio. La cuerda baja, por ejemplo, fue un prodigio de matización. Abbado fue, con todas estas cosas, el triunfador absoluto de la noche.

No todo lo demás se situó al mismo nivel, ni siquiera en el apartado musical. Del reparto vocal destacó, con mucho, Violeta Urmana, la Kundry de referencia en los últimos años, aquí, en Bayreuth o donde sea. Urmana ha tomado el testigo en este complejo papel de las cotas que años antes marcó Waltraud Meier. Impecable una vez más su trabajo como cantante y como artista. Cumplieron con corrección Thomas Moser como Parsifal y E. W. Schulte como Klingsor, con lo que el acto segundo fue el más entonado vocalmente. El resto del reparto se movió a niveles de discreción. Una prestación plana en un personaje como Gurnemanz (H. Tschammer), decisiva en los actos extremos, se dejó notar. El monólogo del primer acto pasó inadvertido y su contribución al último fue dramáticamente insuficiente. Los coros masculinos, tanto el de la Filarmónica de Praga como el de los niños del Tölzer, causaron una pobre impresión en las escenas del Graal. Todo lo contrario al encantamiento requerido. Bastante mejor, aunque no para tirar cohetes, fue el coro femenino del Arnold Schoenberg de Viena en la escena de las muchachas-flor.

Movimientos banales

La puesta en escena de Peter Stein tuvo algunos momentos imaginativos -la escena del jardín encantado de Klingsor con alusiones a la caligrafía árabe-, otros sobrios pero efectivos teatralmente -la primera parte del tercer acto en su pobreza material-, pero, en líneas generales, se mostró a unos niveles muy por debajo de lo que se puede esperar de uno de los monstruos sagrados del teatro alemán. En particular, en las dos escenas del Graal, daba la sensación de que Stein no sabía qué hacer con ellas: movimientos banales, distribución encajonada, excesivo incienso, apoteosis eucarística. Tampoco favoreció lo más mínimo la escenografía ramplona y geométrica de color madera clara del pintor Gianni Dessi, que parecía recién salida de la factoría de Ikea. Peter Stein fue recibido al final de la representación con un sonoro abucheo.

Parsifal es una coproducción del Festival de Salzburgo, donde se volverá a representar el próximo 1 de abril, con el de Edimburgo, donde se repondrá este verano. Abbado dirigirá además esta obra en versión de concierto en agosto en Lucerna con la orquesta de jóvenes Gustav Mahler.


'Las hermanas de Kundry'

Ayer por la mañana, comenzó Kontrapunkte, un ciclo alternativo al de la ópera y los grandes conciertos de la Filarmónica de Berlín, dirigidos por Jansons, Thielemann y el propio Abbado. Kontrapunkte se desarrolla en el Mozarteum, salvo un sorprendente concierto en la Rockhouse con el grupo de jazz de la Filarmónica de Berlín y, asómbrense, Thomas Quasthoff. Pero, en fin, a lo que íbamos. El concierto inaugural llevaba por título Las hermanas de Kundry y ha sido un recorrido literario-musical por figuras afines al más misterioso de los personajes femeninos de Wagner, con textos de Tasso, Fray Luis de León, Goethe, Brentano, Heine, Víctor Hugo, Dante Gabriel Rossetti y Baudelaire. Ha recitado y cantado Maddalena Crippa, en una línea que desciende del cabaré literario y bucea en lo que queda del expresionismo alemán, aunque con un guiño a la suavidad lírica italiana. Todo ello sin perder nunca de vista la importancia primordial de los textos. Crippa se acompaña de piano, percusión y clarinetes. Es, además, la mujer de Peter Stein, con lo que se pudo ver al genial director teatral en horas bajas ocupándose directamente en el vestíbulo del Mozarteum de las ventas de los discos de su señora. Enternecedor.



Interpreti Dohmen, Hollop, Moser, Schulte, Urmana, Supper, Stein, Buffle, Zehnder, Hoppe, Süss, Zhidkova
Regia
Peter Stein
Scene
Gianni Dessi
Costumi
Anne Marie Heinreich
Orchestra
Berliner Philharmoniker
Direttore
Claudio Abbado
Coro
Schwedischer Rundfunkchor, Eric Ericson Kammerchor