ABBADO NELLA STAMPA ABC Claudio Abbado
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ABCD LAS ARTES Y LAS LETRAS No. 742 CLAUDIO ABBADO C. Abbado, Director Stefano Russomanno Tiene lejanas raíces hispánicas Claudio Abbado: una rama de su familia procede de un Mohamed Abbad que se instaló en Sevilla en el siglo XI. Pero se le ve poco por España. No por lo menos con la frecuencia que acostumbran otras ilustres batutas de su generación como Maazel o Mehta. Por ello, el concierto que el director italiano ofrece mañana, día 23, en el Auditorio Nacional de Madrid constituye una de las grandes citas de esta temporada. Nacido en Milán en 1933, admirador incondicional de Furtwängler por la tensión que lograba infundir a sus interpretaciones, Claudio Abbado es dueño de un repertorio amplísimo, que va desde el Clasicismo hasta la música contemporánea, aunque sus mejores resultados los ha cosechado con los autores románticos (Schubert, Mendelssohn, Brahms), los postrománticos (Mahler) y de comienzos del siglo XX (Debussy, Schoenberg, Berg, Stravinsky, Bartók o Prokofiev). Nitidez Conceptual. Su gesto es esencial, pero no pobre. Sus lecturas, vibrantes y brillantes, poseen una nitidez sonora y conceptual que resaltan a la perfección el carácter específico de cada compositor y de cada partitura. Ni la belleza sonora ni el análisis son para Abbado valores absolutos, sino herramientas para desvelar la profundidad del signo escrito, y siempre van acompañados de una rara capacidad para preservar la emoción y el misterio de la música. Ese mismo misterio que con tan solo ocho años, tras escuchar una interpretación de los Nocturnos de Debussy, le hizo decidir que sería director de orquesta. Temperamento ensimismado y pudoroso, reacio a la palabra y a la confesión (tal como atestigua el escaso número de entrevistas periodísticas que concede), Abbado empieza su anddura internacional tras alzarse con los premios “Koussevitzky (1959) y “Mitropoulos” (1963). Como director musical del Teatro de la Scala de Milán (1968-1986) ha realizado una inteligente y ponderada renovación del repertorio lírico del coliseo italiano. Entre sus méritos, el de presentar a un Rossini liberado de las adulteraciones de la tradición, ágil, ligero y brioso, de elegancia mozartiana y sin excesos caricaturescos. Tampoco puede olvidarse el esléndido trabajo que ha realizado sobre las óperas más desatendidas del verdi maduro (Simon Boccanegra, Macbeth), así como su interés por las experiencias más inquietas del siglo XX (Pelleas y Melisande, Wozzeck, Lulu, Oedipus Rex, Moses und Aaron) sin olvidar la creación contemnporánea (Al gran sole carico d’amore, de Luigi Nono). Abbado se ratificará en su personal política de programación al frente de la Ópera de Viuena (1986-1991), donde hay que recordar al menos la memorable producción que realizó de la Khovanshchina de Mussorgski o la valiosa rehabilitación del Schubert operista (Fierrabras). Virtudes en lo sinfónico. Pero los éxitos en el terreno operístico no pueden dejar atrás las grandes virtudes de Claudio Abbado en el ámbito estrictamente sinfónico. Entre las orquestas con las que establece lazos más duraderos están la Sinfónica de Chicago, la Filarmónica de Viena y sobre todo la Sinfónica de Londres, de la que fue director musical entre 1979 y 1988. El año siguiente, los miembros de la Filarmónica de Berlín, huérfanos de Barajan, le eligen como su nuevo director titular. Fiel a la filosofía que siempre le ha acompañado, Abbado emprende una tarea de renovación que produce inevitables roces con los sectores más conservadores de la orquesta. En medio de estos contrastes, se le diagnostica un cáncer de estómago. Abbado sobrelleva la enfermedad con estoicismo y discreción, hasta salir victorioso de un mal que muchos creían destinado a acabar con él. Entonces, para el director italiano empieza una segunda vida. Un entusiasmo renovado. En el año 2002 abandona la titularidad de la Filarmónica de Berelín, siendo el primer director en la historia de la orquesta alemana en tomar este tipo de decisión. Con un entusiasmo renovado, se zambulle en nuevos proyectos. Como el que asocia su nombre con la Orquesta del Festival de Lucerna o con la Orquesta de Jóvenes Latinoamericanos (procedentes sobre todo de Venezuela y de Cuba): una experiencia, esta última, donde cabe apreciar su constante compromiso con aquellos ideales de izquierda que en la década de los sesenta y setenta, le llevaban a ofrecer junto con su amigo Mauricio Pollini- conciertos en las fábricas del Norte de Italia para dar a conocer la música clásica y la contemporánea. Proverbial es la capacidad de Abbado para moldear orquestas así como para aglutinar fuerzas y energías alrededor de proyectos de gran calado cultural. De una idea suya nace en 1982 la Filarmónica de la Scala, con el objetivo de convertir la orquesta del coliseo milanés en una agrupación tanto operística como sinfónica, según el modelo de la Filarmónica de Viena. En una ciudad conservadora como Viena, logra fundar en 1988 el Festival “Wien Modern”, dedicado a la creación actual. Pero sus joyas de la corona pueden considerarse la Joven Orquesta de la Comunidad Europea y la Orquesta Juvenil Gustav Mahler, formaciones que crea respectivamente en 1978 y en 1986. Las apariciones más recientes de Abbado han demostrado que, pese a no alcanzar el legendario brillo obtenido en décadas anteriores, el director italiano es capaz todavía de regalar inolvidables momentos de gran música, como ha dejado claro con su último Mahler.
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